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La travesía: Cómo la espera impactó mi fe

  • Migdalia Maysonet Ruíz
  • Sep 22, 2018
  • 5 min read

Updated: Oct 19, 2020


Hace unos días el Señor me inquietó con una Palabra: “Piensen en las cosas del cielo, no en las de la Tierra.” Col. 3, 2. Comencé a reflexionar sobre lo que significa e implica pensar en las cosas del cielo.

Como les confesara en una ocasión anterior, yo “anhelaba” formar una familia, casarme y tener hijos. Y el verbo está en pasado, porque había abandonado ese sueño. Sí, había sepultado ese deseo de mi corazón. Al punto que hablaba en pasado: yo quería, yo anhelaba, el anhelo más grande de mi corazón era… etc. Estaba convencida de que no sucedería. Pero peor aun, pensaba que Dios no quería darme lo que yo anhelaba en mi corazón. En mi caso, incluso verbalizaba: “Yo no puedo tener nada de lo que quiero.” ¡¡¡Que gran MENTIRA!!!

Creyendo esa mentira, dejé de orar por eso, aunque amistades me decían que volviera a orar, yo reconocía que tenían razón, pero pensaba que Dios no me lo iba a conceder. En el fondo sentía un gran miedo de volver a ilusionarme y creer en la posibilidad de tener una familia, para luego sufrir la decepción de que no fuera así. Prefería seguir creyendo que no iba a suceder, seguir creyendo en la mentira de que Dios no podía cambiar mi situación, en vez de CREERLE a Él. En un esfuerzo por aliviar el dolor, levanté muros. Sin hacerme consciente de que los muros que había levantado para “proteger la herida”, se habían vuelto impenetrables, incluso por mí misma. Esos muros que había levantado no me permitían confiar en el poder de Dios. Mi Fe estaba herida de muerte. No obstante, resonaban en mi corazón los versos: “Todo es posible para el que cree” (Mc 9, 23); “…pero sin la Fe es imposible agradarle...” (Heb 11, 6).

Intenté creerme lo que me decían acerca de mi soltería. Me decían que yo era muy inteligente porque no me había casado y no había tenido hijos, pues esa era la verdadera felicidad. Lo cierto es que tengo una vida muy tranquila y apacible. Sin embargo, el anhelo seguía latente en mi corazón. Según yo, me había resignado, al punto que no podía darme cuenta si un varón se acercaba en plan de conquista porque me había cerrado a la posibilidad. Todo esto a pesar de que, en varias ocasiones, diferentes personas, me habían dirigido una Palabra Profética cuyo cumplimiento implicaba tener esposo e hijos. ¡¡Pero mis pensamientos no eran los del Cielo!!

En mi interior se batía una gran lucha entre lo que yo creía, mi Fe en Dios, lo que yo sabía que Él era capaz de hacer y lo que yo pensaba que era la voluntad de Dios para mi Vida. Yo pensaba: “Yo sé que Él puede hacerlo, pero ¿y si no quiere?” La tumba donde sepulté mis anhelos era tan profunda, que cuando hace unos meses, en oración Él me invitó a presentarle nuevamente los anhelos de mi corazón, apenas podía identificarlos. Tuve que pedirle que me ayudara experimentar nuevamente lo que mi corazón anhelaba.

Como mencioné, caí en la resignación y la “aceptación” de lo que yo consideraba era la voluntad de Dios. Pero, ¿es voluntad de Dios que yo crea que no tiene poder para actuar en mi Vida? Por otra parte, la resignación, en sí misma, es contraria a la Fe. La Fe por definición es aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver. (Heb. 11, 1) Si me resigno, ya no espero nada ni confío en que Dios está obrando, aunque no pueda ver. En mi interior había como una revolución porque lo que yo sabía acerca de quién era Dios, no era coherente con lo que estaba creyendo. Mis raciocinios destronaban las verdades de Fe que conocía, porque no se habían hecho Verdad en mi Vida. Mis pensamientos no eran los del Cielo y cuando nuestros pensamientos no son los del Cielo, corremos el peligro de creer cualquier Mentira.

Mientras tanto, el Señor comenzó a dirigirme Palabra que yo no entendía ni recibía. Hablando con Rebeca, ella me dijo una Palabra que estremeció mi corazón: “si la gente entendiera que Dios es Bueno, no importa las circunstancias, sus planes SIEMPRE son de BIEN.” Aunque había escuchado antes la Palabra (Jer. 29, 11), en ese momento reconocí que todo lo que estaba pensando no era cónsono con esa VERDAD.

¿Recuerdan la Palabra que les compartí al inicio? Varios días después de haberla recibido, me dispuse a meditar el Evangelio de Marcos 8, 27-35, en el verso 33, específicamente cuando Jesús le dice a Pedro que sus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios. Entendí que eso es lo que me ha sucedido en muchas circunstancias en mi vida, que he creído en el diagnóstico, en las escasas probabilidades que aparecen ante mí y no he comprendido lo que implica que Dios es Soberano, que NADA hay imposible para Él (Lc. 1, 37). ¡¡Cuando la Palabra dice NADA, es NADA!! Claro! Todo esto se trata de mi decisión de creerle. Entonces, si en mi corazón decido creer que NADA hay imposible para Él, ¿qué será lo que Él no pueda darme dentro de su perfecta voluntad?

En el Evangelio de Marcos 9, 22-24, un padre se acercó a Jesús a pedirle que ayudara a su hijo. El padre le dice a Jesús: “… si puedes hacer algo…”(Mc 9, 22) Jesús le respondió: “¿Que si puedo? Todo es posible para quien cree.” (Mc 9, 23) Entonces el padre exclamó: “Creo, pero aumenta mi Fe.” (Mc 9, 24) Yo creo que de esto se trata la invitación a que nuestros pensamientos sean los del Cielo, no ver las cosas desde nuestras limitaciones, sino desde su Soberanía, desde la confianza de que NADA ES IMPOSIBLE PARA ÉL, así como tampoco para los que CREEMOS esta verdad con todo nuestro corazón.

En estos momentos, el Señor se encuentra en el proceso de enseñarme lo que significa que NADA hay imposible para Él, porque se me olvida con frecuencia que Dios no ha cambiado, que sigue siendo el mismo. Si la infertilidad, la pérdida o el tiempo que llevas orando por una petición ha provocado que tu fe mengüe. Si ha afectado tu visión de Dios, quiero invitarte a que medites en Su palabra, ahí podrás encontrar todo lo que necesita tu corazón para restaurar la fe en el poder de Dios, como sucedió conmigo. Quiero invitarte a creer en la VERDAD.

Hace un tiempo atrás, estaba convencida de que lo que no había recibido era porque Dios no quería dármelo y yo tenía que aceptar su dolorosa voluntad. Sin embargo, hoy creo que sus planes para mí son de bien y no de mal para darme un porvenir LLENO DE ESPERANZA. (Jr 29, 11). Aunque aun estoy en la espera de recibir lo que anhelo, oro con una perpectiva diferente, con fe, y sabiendo que Dios me invitó a identificar los anhelos de mi corazón por que Él quiere concedérmelos.

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