Infertilidad/Esterilidad: Mucho gusto. ¿Tienes hijos?
- Rebeca Martínez Fernández
- Sep 8, 2019
- 6 min read
Updated: Oct 18, 2020

Puedo tener una carrera brillante, hacer lo que me apasiona y disfrutar de cada día de mi vida. Puedo tener una relación hermosa, llena de estabilidad, seguridad, romance y respeto. Puedo ser un ser humano extraordinario lleno de gratitud y de ayuda al prójimo. Puedo luchar cada día por ser mejor y alcanzar todas las metas que me he propuesto. Puedo encontrar la cura para el cáncer, puedo ir y volver a la luna. Sin embargo, nada de eso parece importar porque cuando las personas me ven lo que parece interesarles es si he alcanzado una sola cosa: ser madre. Está entre las primeras dos preguntas que me hacen las personas, SIEMPRE. Se que usualmente la respuesta es sí y ahí comienza el intercambio de historias de partos, retos y bendiciones que trae la maternidad. Pero no nos hemos dado cuenta que de vez en cuando, solo de vez en cuando, la respuesta es No. No porque no he querido, no porque no he buscado, no porque no haya hecho todos los intentos posibles, sino porque no he podido. En ese momento se vuelve una conversación incómoda en la que tengo que decidir si cuento los años de dolor y de espera que he vivido, o solo contesto no y me someto al resto del interrogatorio. Sí, un interrogatorio, porque a pesar de que muy probablemente está revestido de un genuino interés por mi situación, se vuelve una pregunta tras otra, sin darme tregua. Luego me corresponde escuchar los consejos para lograr ese embarazo más rápido y de vez en cuando no falta el “¿has pensado en adoptar?” Como si todavía me faltara alguna alternativa o vertiente por explorar.
En otras ocasiones he hablado sobre noticias importantes que tengo que compartir e inmediatamente surge la pregunta: estás embarazada. Como si lo único importante que puedo compartir es la noticia de que seré madre. Créeme sucede como si fuera un libreto.
Llega el momento que me pregunto por qué si he logrado tanto las personas solo se interesan en uno de los roles de mi vida, el de la maternidad. Como si lo demás no fuera importante, como si todo se desvaneciera ante esto que no todos hemos podido alcanzar.
Se que no todos conocen lo que se experimenta durante la infertilidad, sobre todo cuando han pasado muchos años y continúas esperando. Algunos vivieron la experiencia por 3 o 5 años y con alguna recomendación médica, medicamento o procedimiento lograron un embarazo. Pero existimos otros, los que nada funcionará, solo un milagro podría hacer que las cosas cambien. Las personas o parejas que enfrentamos esterilidad pasamos por muchas etapas durante el proceso. Quiero explicarte algunas para que mires la vida través de mis ojos.
El diagnóstico y los tratamientos
Sueñas con el día que puedas casarte con esa persona que has escogido para pasar el resto de tu vida y tener una familia con él o ella. Todo esto se ve tronchado en un minuto en una oficina pequeña, en una silla fría con las palabras que estremecen a cualquier persona “no podrán tener hijos” o "tienen problemas para embarazarse"
Luego de este shock, casi sin tener tiempo para respirar nos sometemos a los tratamientos que nos recomienda el médico como alternativa para que este golpe no sea permanente. Con la esperanza de que en unos pocos meses todo se resuelva. Pero nos encontramos con que los meses se convirtieron en años y hasta décadas, y los tratamientos cada vez más costosos y más difíciles. Este diagnóstico invadió nuestras vidas, nuestras finanzas, nuestros trabajos, nuestros viajes, nuestra familia, nuestra intimidad, nuestras emociones, nuestras relaciones. TODO.
Mi cuerpo ha ido cambiando con cada tratamiento, con cada medicamento con cada efecto secundario. De la que era el día del diagnóstico, ya no queda prácticamente nada de esa chica. Los diagnósticos te cambian. La lucha por vivir en medio de síntomas, de esta ola desconocida que me arropó un día y la que intento navegar diariamente para mantenerme a flote. Créeme a veces siento que el agua ha llegado hasta el cuello, en otras siento que me ahogo.
Los sentimientos
Pasas por todos los sentimientos que existen, esperanza, tristeza, desesperanza, coraje, desesperación, angustia, expectativa. A veces todos a la vez. Si estas cerca de la regla se intensifican y si estoy en medio de un tratamiento, puedo comenzar a llorar instantáneamente sin razón aparente. La impotencia es la más difícil de las emociones de manejar. Estas haciendo todo: sigues las recomendaciones del médico, te tomas los medicamentos, oras, esperas, tienes fe y nada parece funcionar (eso piensas durante la espera).
A esto se le añade los comentarios constantes de las personas con buena intención o con falta de tacto y límites.
Las relaciones
He ganado relaciones nuevas, importantes, pero también he perdido relaciones significativas. Ya muchas de mis amistades tienen hijos hace años y nuestras conversaciones comenzaron a cambiar. Un día ya no teníamos de qué conversar, ya no podía asistir a sus fiestas porque no tengo niños, no tenía historias sobre cómo los pequeñines habían cambiado mi vida. Por otro lado, te comienzas a sentir extraña de ser la única en todas las actividades que no tiene hijos, y dejas de asistir porque te recuerda que no has podido tener hijos.
A esto se le añade que tengo que cuidar mucho lo que digo o comparto. No importa qué comentario haga en una conversacion con padres, el comentario constante es, "no entiendes porque no tienes hijos". Se me asigna envidia, celos o amargura en cualquier momento si no muestro absoluta emoción y no presto total atención a un embarazo nuevo o un bebé nuevo.
La espera, la ansiedad, la depresión y la aceptación
A través de los años vivimos con la esperanza y la fe de que ocurra un milagro, pero también experimentamos ansiedad porque nuestro cuerpo no responde a nuestro más grande anhelo. Llega el momento en que logramos la paz con nuestra vida y aprendemos a manejar todo lo que estamos viviendo aun con síntomas y diagnósticos nuevos.
Quiero que sepas que aunque pasan los años siempre ensayamos en nuestra mente miles de veces cómo se sentirá ver la palabra POSITIVO en una prueba de embarazo, sentir la alegría de contarle a todos que nuestro milagro sucedió. Pero aun con eso comenzamos a vivir en paz, a vivir un día a la vez.
¿Qué sucede cuando me preguntas si estoy embarazada o si tengo hijos en nuestro primer encuentro? Me recuerdas esa sensación de que soy distinta, me recuerdas que algo anda mal conmigo porque regularmente la respuesta es Si, pero en mi caso es No y llegan sentimientos y emociones con los que me costó tener paz. Me siento incómoda porque ya perdí la cuenta de cuantos encuentros han comenzado con esa pregunta, porque ya perdí la cuenta de cuantas conversaciones se acortaron y cuantos silencios terminaron encuentros que pudieron ser maravillosos. Porque ya no sé qué explicación dar, porque me duele porque yo misma en ocasiones no lo entiendo.
¿Por qué no comenzamos a relacionarnos diferente? Por qué no preguntas sobre mis sueños y le das seguimiento a eso. Envíame mensajes, preguntame: ¿Estás trabajando en tus sueños? ¿Y qué estás haciendo para lograrlos? O pregúntame qué disfruto hacer, qué libro estoy leyendo. Hay tantas cosas para preguntar. Te darás cuenta de que dentro de mi hay un mundo interesante que compartir.
Lo triste es que somos las mujeres las que insistimos en la pregunta como si fuera un cernimiento para ver a qué grupo pertenecemos y si tenemos ciertas capacidades que incluyen en la pirámide la maternidad. Entiendo que hayas dado seguimiento a mi historia y anheles que te de la noticia de que seré mamá. Pero te pido que no me preguntes, porque sigue siendo no y me haces sentir incómoda con mi cuerpo. De eso se tratan los límites, cuando finalmente suceda el milagro que espero dar la noticia en mis términos, en mi momento y si deseo compartirlo.
Dejemos de preguntarle a las mujeres si tienen hijos y evitamos que se sientan que están incompletas, dañadas o son diferentes. Que lo que ha hecho su útero es lo único importante de ser mujer y NO es cierto. En realidad, somos auténticas, luchadoras y valientes. Tenemos marcas que no te imaginas, en el cuerpo, en el corazón y en el alma. Eso te cambia y te hace un ser lleno cosas valiosas para compartir. Aprovéchalas, experiméntalas y verás.
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