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Infertilidad/Pérdida: La fe y las emociones humanas

  • Rebeca Martínez Fernández
  • Mar 4, 2020
  • 5 min read

Updated: Oct 18, 2020


Los seres humanos fuimos creados con emociones. Alegría, tristeza, coraje, miedo, asco y sorpresa son emociones básicas. En la cultura en la que vivimos de fiesta y celebración, de redes sociales; evitar, olvidar y ocultar nuestras emociones es lo que usualmente hacemos. A fin de cuentas, una foto de nosotros llorando en medios sociales no tendría muchos "likes". En caso de que seas suficientemente valiente para mostrar alguna emoción por la muerte de un ser querido, inmediatamente puedes enfrentarte a: “no llores, tienes que ser fuerte" o "debes estar tranquila porque está en un lugar mejor”. Si muestras emociones ante situaciones difíciles de la vida, puedes escuchar: “hay personas que tienen cáncer y están muriendo, no deberías estar llorando porque recibiste un diagnóstico de infertilidad”. Y así es como van avergonzando nuestras emociones de tal forma que nos comenzamos a sentir incómodos con la expresión de éstas. Comenzamos a latigarnos porque internalizamos que es cierto, que hay personas viviendo situaciones terribles y aquí estoy yo, llorando porque esta enfermedad invisible me está atacando física, emocional y mentalmente.

En lo que se refiere a la fe, en ocasiones pensamos que tener fe es sinónimo de que soy superhéroe/heroína, a prueba de balas y nada toca mis emociones. Creemos que mostrar coraje o frustración es sinónimo de falta de fe. En un tiempo me penalizaba por el dolor que enfrentaba con cada diagnóstico nuevo, con cada desilusión. A mi dolor le añadía vergüenza y culpa porque sentía que no tenía la fe suficiente para agradar a Dios y que me diera lo que anhelaba mi corazón. Mientras tanto, todas esas emociones, todo lo que sentía, todas las preguntas que no hacía, se estaban acumulando y envenenando mi corazón de tal forma que se volvió rebeldía con todo y con todos; con el proceso, con la espera, con las personas, con la fe con mis emociones. Entonces levanté una pared: La pared de no me importa, pero si lograbas penetrarla podías darte cuenta de que sí me importaba y estaba herida. Unas heridas que estaban abiertas y no cicatrizaban. Pasé varios años en ese estado. A fin de cuentas, nadie entendía lo que estaba atravesando y no tenía quien me ayudara a atravesar ese camino tan complicado de diagnósticos y espera.

Un día llena de todo ese dolor el Señor me explicó que esto no me estaba llevando a ningún lado. En ese momento decidí comenzar a hablar con Dios con honestidad de lo que sentía (Aun no tenía con quien hablar que me entendiera). Aun así, me llenaba de vergüenza porque sentía que le estaba reclamando. No fue hasta que entendí que Jesús fue el hombre más lleno de fe que existió en la tierra y aun así mostraba sus emociones, sin miedo, que comencé a entender que la fe y las emociones son cosas distintas.

Cuando Lázaro (su amigo) murió Jesús lloró (Juan 11:35). ¡LLORÓ! Con toda la fe del mundo y con todo el poder que el Padre le dio, se sintió triste por la muerte de su amigo, y lloró. Cuando se acercaba su muerte sintió que su alma estaba angustiada y sentía que se iba a morir, no quería estar solo (Mateo 26:38). ¿Te parece conocido? Se permitía sentir y vivir las emociones que le provocaba el momento. En la cruz se sintió abandonado y le preguntó al Padre qué sucedía, sin temor a ofenderlo o a mostrarse incrédulo. La diferencia entre Él y nosotros es que expresaba lo que sentía, pero no permitía que lo que tenía frente a sus ojos le robara la esperanza. Esto le permitía ser Príncipe de Paz.

La fe es creer que algo va a suceder. Mostramos la fe en los movimientos diarios para acercarnos a Dios, en actos de fe a través de los cuales confirmamos que esperamos lo que Dios va a hacer. Demostramos nuestra fe en que aun teniendo caminos más fáciles escogemos los más dificiles porque son los que van de acuerdo a lo que Dios nos dijo. Una amiga me escribía: "cuando te duele el apéndice vas a sala de emergencias y te la sacan, igual pasa con la vesícula. Me duele el útero todos los días y he aguantado todo este tiempo porque espero en Dios". Esto refleja una fe grande y que resiste. La incredulidad es querer evidencia antes de creer en algo o de creer que algo sucederá. No tener fe es no hacer nada y vivir estancados en que nunca va a suceder lo que esperamos.

Por otro lado, las emociones son la forma de descargar nuestro dolor o nuestra alegría. No podemos pasar por la vida reprimiendo ninguna o nos enfermaremos. Podemos tener fe y sentirnos frustrados. Podemos tener fe y sentir dolor. Podemos tener fe y sentirnos tristes ante una mala noticia. La fe lo que hace es que, una vez descargamos nuestro corazón, nos reenfoca en que vamos a tener victoria como la hemos tenido en el pasado, nos reenfoca en la bondad de Dios, en su poder, sin importar lo que esté pasando a nuestro alrededor. La fe es esto que nos levanta del suelo luego de que hayamos llorado toda una noche. Llorar no es falta de fe, es humanidad.

He recibido sanidad en dos ocasiones para encontrarme con nuevos diagnósticos que sentía que me alejaban de mi sueño de ser madre. Cuando recibí el tercero llegué del médico, me acababa de dar lo que parecía un nuevo reto. Sentía como si fuera una broma de mal gusto. Por primera vez me encontré escuchando sus palabras negativas mientras en mi corazón había la certeza de que nada cambiaría el resultado que esperaba. Sin embargo, me sentía muy triste. Era como si un duelo se apoderara de mí. Como de costumbre comencé a darme la charla motivadora de siempre: “No debes estar triste, ten fe todo va a salir bien”. Salí de la oficina médica como si nada, conversando con mi esposo y haciendo chistes (claro para evitar el tema y desbordarme en llanto). Escribí un rato, pero me seguía sintiendo muy triste. El día siguiente desperté con esa sensación de dolor y me disponía a comenzar otra vez con la charla motivacional cuando sentí un susurro delicado que me dijo: “no tienes que ser fuerte, tienes que sentirlo y llorar”. ¿¿Comoooooo?? Eso sí era nuevo para mí. Pensaba que a Dios le incomodaba mi llanto porque demostraba mi falta de fe. Continuó diciéndome: “solo sintiéndolo y llorando puedes atravesarlo y recibir la esperanza que quiero darte en medio de esta mala noticia”.

Ese día lloré, lloré sin culpa, sin vergüenza, sin querer calmarme sin quitarme el derecho, sin la lucha interna. Ese día me di cuenta que llorar era todo lo que necesitaba. Ese día aprendí que Él me dio emociones y no quiere que las oculte, sino que las procese con Él. Ese día entendí que llorar no es debilidad sino una forma de limpiar el corazón de lo inesperado, del dolor, de la frustración y recibir el consuelo amoroso de un Padre que te acaricia mientras lloras. Ese día tal como me dijo me di la oportunidad de soltar y Él me entregó paz y esperanza a cambio. Eso no lo cambio por nada.

Te invito a hacer lo mismo y verás la diferencia.

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